Antonio Sécolo cumplió 90 el 1º de enero.
Quisimos esperar hasta ese momento para difundir esta tarea que resume su texto vital. Tenemos el privilegio de poder publicarlo, aceptados los ajustes de los que se encargó el animoso pugliese (bahiense por adopción).
Lo que sigue cuenta las peripecias vividas sobre el final de la segunda guerra, cuando fue convocado a sumarse a las vencidas fuerzas del Duce, en el norte africano.
Alejandría
Desde lo que era un campamento con cientos de vehículos y
tanques, nos retuvieron largo rato hasta llenar los camiones que nos acercarían
a Alejandría. El viaje fue largo y
terminamos en un campo de concentración.
Nos aprovechamos de unos tambores con desechos de comida y
pudimos apaciguar el hambre. Al poco tiempo encontramos en qué distraernos:
jugábamos a quién se sacaba más cantidad de piojos. El ganador agregaba un
cigarrillo a los cuatro que nos daban diariamente. Fuera de las grandes carpas,
la arena blanca, enceguecedora y caliente, parecía ser el condimento infaltable
del magro alimento.
El contacto principal con los ingleses era el de cada mañana,
en que nos disponían uno al lado de otro para contarnos.
Llegó un día en que nos separaban de a uno por diez y nos
cargaron en camiones. Arribamos a la estación ferroviaria. Me incomodó el estar
con el uniforme andrajoso que ya casi no tenía pantalón, salvo dos partes de
éste cosidas con alambre. Partimos hacia
El Cairo.
No sabría explicar la sensación agradable que me produjo el
acomodarme en un vagón que casi enseguida se llenó de pasajeros comunes. Algo
me recordó a Maglie. Enfrente mío se
sentó una mujer muy parecida a Mamma. Me llenó de vida la sonrisa que se dibujó
en ella. Pidió permiso para obsequiarme unas galletitas. Ese gesto fue
imborrable.
Luego de varias horas llegamos a la capital egipcia. Nos
pasaron a camiones para conducirnos a una zona edificada. Había grandes salas
con catres individuales. Las paredes mostraban centenares de nombres.
Pasados unos días, los ingleses se llevaron bruscamente a
dos compañeros. No los volvimos a ver.
A la mañana siguiente nos sorprendieron gritos y disparos.
Eso se repitió, por parejas. Cuando me tocó, nos llevaron por pasillos
separados. Hubiéramos podido hablarnos, pero nos reprimían con golpes de culata
al intentar hacerlo. Una hora después me sentaron frente a un oficial británico
que, en perfecto italiano comenzó a interrogarme. Había dispuesto sobre su mesa
papeles y una pistola automática. Comprendí que buscaba información. No pensaba
contestarle. Y, menos, pasar por traidor.
Pude esquivar el riesgo al hacerle creer que era un
campesino que acababa de conocer lo que era un tren. Llamó a un soldado. Al
rato me dieron un uniforme nuevo y en la enfermería me vacunaron.
Me reencontré con los compañeros que supuse muertos.
A los pocos días partimos hacia Gaza, donde hacíamos noche
tras trabajar en galpones egipcios durante el día.
Palestina
Desde Gaza accedimos a un destacamento militar donde nos
impusieron tareas diversas. Las jornadas eran muy extensas y el trato, malo.
Estábamos a cargo de un teniente italiano, al que pedimos intercediera para
obtener algo de respeto. Nunca se animó a pedirlo. Finalmente, una mañana
ninguno de nosotros se presentó a trabajar. Los oficiales ingleses reclamaron
la razón de nuestra actitud. Tras volver a fallar con nuestro interlocutor, que
nunca se hizo del coraje para hablar, levanté mi mano y pedí comunicarme. Mi
compatriota trató de frenarme, humillándome. Igualmente me animé a levantar la
voz y pedir por un trato digno. Las cosas mejoraron algo a partir de ese
momento.
Días después me llevaron hasta Lidda (hoy, Led). Ingresé a
una cocina enorme para descargar alimentos,
cocinar y lavar platos y ollas.
Lo bueno es que a pesar de estar a órdenes de un militar
inglés, se dio un clima de cordialidad (yo era el más joven) que ayudó a todos
anímicamente. Había mejorado mucho la comida que nos tocaba diariamente. Hasta
volvimos a la añorada pastasciutta dos veces por semana.
Recibía un módico sueldo, que ahorré para arreglarme la
boca, dañada por golpes un tiempo atrás. Un dentista hebreo que hablaba algo de
italiano hizo el trabajo a cambio de todo lo que había conseguido juntar.
Teníamos permiso para alejarnos de la cocina una cierta distancia, que
aproveché para encontrar al profesional.
No pasó mucho hasta que recibí una primera carta de mi
familia. Pude contestarles. Creció en mí el afán de fugar.
No sabía ni los idiomas ni la geografía del entorno. El
Mediterráneo me separaba de mis pagos. Decidido, procuré dinero comprando tabaco americano
en la cantina y revendiéndolo a los árabes.
Había ligado un resfrío muy fuerte y traté de sacarle
ventaja para alejarme de la cocina. El empecinamiento me costó tres días de
calabozo, a pan y agua. Me reportó cambiar de trabajo: camarero de los
suboficiales. La menor carga de esfuerzos me sirvió para la fuga.
Llegado el día elegido, superé la desconfianza de mi
compañero de pieza. Tras el abrazo y merced a la oscuridad de la noche, busqué
la salida.
EN FUGA
Caminé largo rato por la ruta hasta que enfrenté los faroles
de un vehículo.
Un árabe que transportaba chatarra aceptó las 30 piastras y
me permitió llegar a Yafo (actualmente anexada a Tel Aviv).
Probé en varios hospedajes donde pasar la noche. Me
rechazaban por falta de documentos. Finalmente, conseguí habitación compartida
con otros tres ocupantes. Dormí vestido y totalmente tapado. Desperté tarde. El
encargado ofreció acompañarme hasta la parada del colectivo que me condujera a
Haifa. Actué con mucho sigilo durante todo el largo viaje, sentado cerca de la
puerta de salida por si presentía riesgos.
El recorrido tenso y prolongado me dejó cerca del puerto. No
dejé de disfrutar esa aparente libertad.
Al entrar a una fonda me di cuenta que mis ahorros eran
demasiado escasos. Pensé como distribuirlos mejor porque estaba fuertemente
convencido y resuelto en mi escapada. Decidí comer algo una sola vez por día y
dormir bajo una frondosa higuera en la cima del Carmel. El sueño me permitió
recuperar energías. Los días los pasé entre y el puerto y la fonda en procura de información.
Por gentileza del sereno de un estacionamiento de ómnibus
pude dormir dentro de un colectivo. Las noches ya eran frías.
EMBARCADO
Una mañana fue auspiciosa. Supe que un barco italiano
proveniente de la India
atracaría en Haifa. Además, ese día reconocí a un compañero de combate que
tenía empleo en los alrededores de la ciudad. Me dio algo de comida y me deseó
suerte, previendo el peligro que podría sobrevenir.
Días después, la nave finalmente amarró. Logré hacer
contactos con marineros en la fonda y pedirles ayuda. Fracasé la primera vez.
Quizá, porque no quisieron arriesgarse. Excitado por la presencia del barco y
agotado por los esfuerzos para ser comprendido, logré que un tripulante me
diera su apoyo. Improvisamos un disfraz de marinero para ingresar y poder pasar
los controles. Era el cazatorpedos Velite.
Cuando aclaró me sorprendió ver prisioneros. Mario, quien me
había apoyado para acceder al barco, me explicó que eran enfermos y que los
británicos los devolvían a Italia.
Me sentí más tranquilo y seguro. Pero por la mañana
siguiente se presentaron unos oficiales libro en mano para constatar la lista
de prisioneros. Fuimos cuatro los que no aparecimos en la nómina.
Contrariamente a lo que hicieron los otros tres, implorando
clemencia, traté de mantenerme estable. Pedí un cigarrillo a un compañero de
Mario y adujendo ser uno de los enfermos pedí pasar al baño. Mi insistencia
hizo que liberaran el paso y caminé hasta encontrar refugio en la proa, entre
hierros y chapas. Ahí quedé apretujado todo el día, soportando la quemazón de
los metales bajo el sol. Los marineros se apiadaban y me traían agua de a
ratos.
Por la noche, al enfriarse las chapas, le pedí a Mario que
encuentre otro escondite. No alcanzaba a terminar el reclamo cuando se acercaron
al lugar, buscándome incesantemente. Me salvé porque cuando se aproximaron a mi
refugio dijeron que sería imposible que alguien se metiera adonde yo sí estaba.
Los otros tres fuera de lista habían sido desembarcados.
Mario me alcanzó algo de comida y volví a pedirle que
ubicara otro refugio. Cuando llegó el momento, Mario tiraba de mis piernas. Mi
cuerpo no respondía, entumecido totalmente.
Me ubicaron sobre las cañerías de la sala de mando. Quedé de
espalda, pudiendo mover sólo la cabeza. Los que sabían de mí acercaban agua y
algo de comer.
Con el primer sol dejamos Haifa. Superamos Port Said, a la
entrada del Canal de Suez. Nos acercamos al lago Amari, para detenernos. Iba al
baño cuando los oficiales dejaban la sala, para alimentarse.
En un momento pude ver el majestuoso acorazado Littoria, de
nuestra bandera.
Horas después amarramos en Alejandría. Escuché por el
altavoz que llamaban a los prisioneros fugados. Dejé el escondite y me presenté
ante los oficiales convocantes.
Me dieron cigarrillos y la identidad de un marinero que
estaba de licencia. Tuve que memorizar todos los datos.
Seguimos viaje hasta acercarnos a Taranto, en la orilla del
Jónico.
ITALIA MÍA
Ante los militares ingleses hice lucir mi falsa identidad. Fuimos a cenar, con Mario. Cuando llamaron a desembarcar me despedí de él, asegurándole mi infinito reconocimiento.
Nos subieron a un bote para aproximarnos a Taranto, en la Apulia.
Días más tarde me llamaron a presentarme en una oficina, fui
dado de baja con una indemnización de once mil liras. No pude evitar sentirme
rico.
Esa sensación comenzó a agotarse cuando choqué antes los
precios del momento: al llegar a Lecce hice mi primer gasto, un café con leche
por quince liras. Ahí perdí la sensación de millonario.
Enterado de que no había trenes a Maglie, opté por subirme a
uno de carga hasta Zollino, a quince kilómetros de mi casa. Las horas parecían
interminables.
Maglie estaba ocupada por soldados polacos. En plena plaza
me encuentro con Papá y nos encaminamos jubilosos a ver al resto de la familia.
El reencuentro con Mamá y Pino fue inolvidable.
Los vecinos se acercaron a saludarme y se sumaron a lo que
ya era fiesta.
Al llegar la noche, volví a mi cama después de varios años.
Me sorprendió Mamá encendiendo la luz: había caido de la cama tras gritar “a
tierra, a tierra…”. Lloramos, abrazados, mientras ella me consolaba
Maglie había cambiado, mucho. Con lo que me quedaba de
dinero compré camisa y pantalón.
Los alimentos seguían bajo racionamiento y eran
insuficientes. Pronto me di cuenta que no podría conseguir trabajo en mis pagos
y decidí probar en Roma. Mi familia insistía en que iba a ser todo más difícil
para mí.
EN BUSCA DEL DESTINO
Me alejé una fría mañana de otoño, siete años después de
haber sido llevado a la guerra.
Roma me asombró. Al desandar sus calles volví a las imágenes
que nos inculcaron en las aulas, a la majestuosidad y encanto de la histórica
capital.
No tuve suerte en la búsqueda de empleo. Con un plato rico y
abundante de fideos que me ofrecieron en una agrupación católica, me encaminé a
pasar la noche a la estación ferroviaria.
Durante tres días traté de conseguir algún empleo.
Finalmente, averigüé por el tren de vuelta a Lecce. Los vagones estaban
repletos y tuve que buscar lugar en los fuelles que unen los coches. El frío
era insufrible. Forcé la entrada al vagón contiguo y pude acurrucarme en el
valijero.
No había pasado más de una hora cuando sentí un golpe muy
fuerte y caí sobre los pasajeros. El tren había chocado. Nos obligaron a
descender en pleno campo. Alcancé a ver que el impacto hizo que el fuelle donde
accedí de entrada había desaparecido, aplastado entre vagones. Me di cuenta que
los que estaban conmigo no habrían podido sobrevivir.
Renacieron las emociones al volver a casa. Pero las penurias
no habían desaparecido. Ningún porvenir asomaba en el horizonte. Era todo
monotonía y pesar. Decidí mudarme.
En mi nueva residencia encontré a la novia y madre de mis
hijos.
En el 52, celebramos en Maglie el cumpleaños de mi querida
Palmira. En medio de la cálida reunión pedí leer un poema que le dedicaba a la
agasajada. Era fruto del esfuerzo de componer un acróstico:
Desiderio di baci
e di carezza
E la tua bocca ed
il roseo viso
Bella tu sei per
chi ti ama
E inseme
costruiremo il nostro nido
Nitida e pura tu
sei come la neve
Esile e profumata
come un fiore
Darai per chi ti
vuole tanto bene
Eternamente amore
amore
Tenera tu sei nel
tuo bel fare
Tutto l’amore tuo
e casto e puro
Orgoglio sento in
me que fa sognare
Perenne sará el
mio amore vero e puro
Luce tu sei Della
mi avita
Madre tu sarai e
questo e il tuo bel dono
Amarci
sinceramente per la vita
El anhelo se realizó.